LA SEGUNDA EN PATOTA || Isabel Fredes
A poco más de 48 horas de haber cruzado la meta de los 42 K en el Maratón de Santiago 2019 se me hace imposible canalizar las emociones en una sola frase, pero puedo hacerlo, en una palabra: sonrisas. Esas se me salen solas, naturales y espontáneas. Las mismas que se me escapaban cuando quemaba el km 35 y más tarde el 40.
Pero no todo se trató de sonrisas. La preparación para un maratón implica restar. Restar horas de vida social y familiar. Restar mañanas de domingo en cama hasta mediodía. Restar litros del buen vino y otros de las cervezas de febrero. Pero no. No en todo se resta. Entrenar para un maratón suma. Suma kilómetros. Muchos, cientos, miles de kms. Suma amaneceres y también atardeceres. Suma recompensas, suma logros y desafíos cada vez más ambiciosos. Suma gritos de ánimo y de dolor, suma personas que gozan con lo mismo y que, literalmente, sacan la mejor versión de ti. Esas personas dan vida al club que vestí en la versión 2019 del MDS.
Mi gusto por acumular kilómetros nació en solitario. Quemé todas las distancias populares, 5K, 10K, 21K e incluso la distancia más linda del mundo, los 42K, siempre como una ermitaña. En todas entrené sola, leyendo papers y libros, y siguiendo el plan que mejor se adaptara a mis tiempos y capacidades. Admito que me sentía cómoda porque nunca dejé de disfrutar. ¿Cuándo decidí unirme a un club? Por octubre del 2018, luego de los 21k de Viña del Mar. Fiel a mi estilo, hice una lista en detalle de todos los clubs que encontré en el bendito Google, y comencé con el filtro. Entrené diverso y gratis durante un mes buscando el club que me acomodara (si, en las clases de prueba). Aplasté todos los prejuicios que tenía sobre el funcionamiento de estos círculos que creía tan cerrados. Tanto se decía de la competencia, de supuestas enemistades, que siempre le hice el quite a andar por la calle con “la camiseta (de) puesta”.
Finalmente me decidí y, con el objetivo claro de lograr 42k en menos de 4h con 5 meses de entrenamiento, inicié la aventura con You Can Run club (o los youcanrunneros). Las primeras semanas me sentía un bicho raro, todos hablaban de relojes ultra pro que tenían números como apellidos. El Garmin nosecuanto, el Garmin nosecuantoversion2.0. Mi cultura “runnera” y yo nos fuimos alimentando de este vocabulario y de a poco empecé a naturalizar términos como “ritmo promedio”, “pacer”, “fartlek” y otros. Todo entrenamiento guardaba algún concepto nuevo que después se iba directo al Google.com y de ahí al baúl del vocablo runner. Y así, muy matea, intentaba cumplir con las tareas que nos mandaba mensualmente el coach: Correr 14 km el martes después de haber sangrado a puros burpees el lunes; otros 10k el miércoles y, para el jueves, unos suaves 14k. Luego de un viernes de descanso, el sábado era de fiesta en el San Cristóbal o en algún parque que nos aguantaba los 27 o 30 kilómetros mañaneros.
Ya como parte activa del club, siguiendo el ritmo de los maratonistas, usando todos esos términos runner con propiedad (incluido el reloj de deportista) y con los ojos y piernas puestos en el km 42, mi vida dio un salto de más de mil kilómetros, un salto maravilloso pero agotador.
Apenas había alcanzado a compartir 4 meses con el equipo, y a un mes del gran día figuraba viviendo el sueño sureño de mi vida. Esto significó importantes cambios que, sin duda afectaron mi rutina pre-maratón. En resumidas cuentas, la suma de piezas nuevas (ciudad, casa, personas, trabajo, rutina, incluida una mascota y varios etc. nuevos) que le agregue a mi vida, calaron profundo en mi confianza para enfrentar este desafío de los 42k. Ya ni siquiera tengo muy claras las razones del balde de inseguridades que me eché encima la semana previa, pero si recuerdo (y bien lo sabe el coach) mi determinación por mandar todo a la punta del cerro más alto que encontrara en la X región. Me sentía débil, cansada, desmotivada y, con la gran presión de tener que demostrar(me) que podía lograr el objetivo.Para nuevamente dejar brotar la motivación, me hice un playlist mental de mantras, me empapé de la confianza de mi familia y del club y, despegué. La pega ya estaba hecha, solo quedaba saborear el logro y disfrutar.
Llegó el domingo y, a pesar de que las condiciones climáticas no serían las óptimas, el entusiasmo se olía fuerte y de un azul intenso. Yo me puse la sonrisa antes de las 7 de la mañana y no me la he sacado aún. Viví una maratón que quisiera recordar la vida entera.
Desde el momento del encajonamiento, compartiendo filas con la elite de la elite maratoniana, mantuve la mente en el objetivo. Los kilómetros pasaron volando, de hecho, pasé el 14 sin darme cuenta, con la compañía de un solidario corredor que me dijo “pasando el km 28 estas al otro lado”. Esa fue la frase que me repetí cada vez que sentía las piernas arder. Aproveché cada punto de hidratación, recogí geles que desafortunados corredores dejaron atrás, me uní a desconocidos que me marcaban el ritmo cuando sentía que las piernas no me daban más y el sol secaba cada célula de mi cuerpo.
El ambiente era de fiesta en cada esquina, gritos de mujeres y niños, jóvenes y no tan jóvenes, familias completas alentándonos. Incontables veces escuché frases como: “Vamos Isabel Margarita”, “dale Isa”, “sacando la cara por las mujeres”, “el poder femenino presente”, etc., etc., y más etc. Hoy entiendo el porqué de muchas de estas frases, solo 2 de cada 10 maratonistas representamos al sexo femenino en esta versión del MDS. Este pequeño número me motiva aún más a ponerme las zapatillas y, como una loca, re-correr las calles de los lugares donde la vida quiera ponerme y así, motivar a más mujeres a que vibren con esta transformadora experiencia.
No solo superé con creces mis expectativas (bajé mi tiempo en 45 minutos), sino que disfruté cada paso, cada metro, cada frugelé y cada grito de ánimo de los cientos de espectadores que me hidrataron el corazón. Llegar a la meta, colgarse la medalla y correr (en serio corrí) a compartir las emociones que se me desbordaban, fue la perfecta culminación de la carrera.
Si me pidieran recapitular el proceso en un aprendizaje y un error. Hoy tengo claro mi error: pensar que ésta sería mi segunda y última maratón. ¿Y el aprendizaje? Cuando se trata de vivir un maratón, siempre se suma. Se suma confianza, se suma vida, se suman personas maravillosas y se suman sonrisas.
Gracias al equipo YCR por la confianza, el empuje y los infinitos consejos, son realmente admirables todos. Desde la distancia, vamos por más.
Isabel Fredes