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UN MARATÓN EN PRIMERA PERSONA

UN MARATÓN EN PRIMERA PERSONA

admin Testimonios

Compañía, generosidad y golpes energéticos:

Carla Barría, corredora experimentada de You Can Run Club, nos explica con lujo de detalles sobre lo que sintió y cómo vivió la MDS 2018. Sin duda, una experiencia que no podrá olvidar ni ella ni la gran cantidad de gente que la acompañó durante esta linda prueba.

Septiembre 2017

Estamos en la tallarinata previa a la Maratón de Viña del Mar con los de mi club, You Can Run. Hace poco volvimos de la Maratón de Punta Del Este -donde corrí 21k-. Regresé con fe, fuerza y motivación por tener la oportunidad de ver a mis compañeros de club cruzar la meta de los 42k y convertirse en maratonistas. Alguien comenta que yo también podría lograrlo si quisiera, que «tenía las condiciones para poder hacerlo y solo había que ponerle ganas y disciplina». La verdad siempre pensé que el entrenamiento de maratón no era para mí, porque la evidencia me decía que había que dejar otros compromisos de lado para poder entrenar. Sin embargo, me fui convenciendo con las experiencias de otros y así, tres semanas después, yo figuraba en la lista de inscritos a 42k en la MDS 2018.

¡Partí la preparación en noviembre 2017! Pasé de entrenar tres veces por semana (si me portaba bien) a cinco veces. No me duró mucho, porque a las tercera semana de entrenamiento me lesioné por sobrecarga… ¡la famosa periostitis! 🙁 Retomé en la quincena de diciembre y así se fueron dando los siguientes meses de entrenamiento. Tuve semanas muy buenas y otras donde tenía que parar, reposar y seguir adelante. Escuchaba los consejos de mis coaches, Hardy y Elandra, y de mis compañeros de club que ya habían completado alguna vez la distancia. A pesar de no poder cumplir el 100% de los entrenamientos por la lesión, completé todos mis entrenamientos largos y con excelentes sensaciones, lo que me daba esperanzas. Fue justamente después del último entrenamiento largo de 33 kilómetros, en marzo, que me atreví a hacer pública una iniciativa que yo tenía en mente hace meses: Realizar una maratón solidaria para ayudar a una fundación. Elegí la Fundación Abrazo Fraterno y comencé a conseguir personas que quisieran “comprarme” un kilómetro para posteriormente donar ese dinero a la organización. Mi compromiso consistía en cruzar la línea de meta y también cooperar con algo de dinero. Tuve una excelente acogida de mis amigos, familia, conocidos y hasta desconocidos que empatizaron con esta causa.

Abril 2018

El trabajo ya está hecho , bien o mal pero hecho. Solo debo realizar entrenamientos breves y suaves, además de complementar con mucho descanso para esperar el gran día.

Y llegó dicha jornada. Es 8 de abril, me levanto y tomo mi ya probado desayuno de pan con dulce de membrillo más agua de hierbas. Luego parto rumbo al punto de encuentro con Cindy y Francisco, compañeros del club, y unos minutos más tarde ya estoy calentando en Alameda cuando el cielo está oscuro y aún no amanece. Recibimos los últimos consejos de nuestro entrenador. Foto oficial, abrazos y caminamos a encajonar. Ahí vamos conversando, bromeando, riéndonos, me imagino que algunos tienen muchos nervios. Yo también los tengo, pero la alegría es superior: estoy tranquila.

8 de abril: El gran día

Ya encajonados los maratonistas nos damos los, ahora sí, últimos apretones y palabras de aliento. A las 8 en punto dan la largada, yo partí con todo y brazos arriba. A unos pocos metros me doy cuenta que voy muy rápido, bajo el ritmo. Busco a Alex con quien había compartido entrenamientos y habíamos conversado el tema de acompañarnos. Pasamos por el lado de nuestros compañeros del club que nos gritaban y saludaban, seguimos avanzando, aún siento que vamos rápido. Comenzamos a controlar el ritmo y cuando ya estoy cómoda recuerdo que no me puse bloqueador solar, pero ya era un detalle. Seguimos avanzando y recién tengo ese pensamiento de “aquí estoy” que no había sentido en el encajonamiento. Los primeros kilómetros son tranquilos, conversamos con Alex, hacemos comentarios de lo que íbamos viendo y nuestros recuerdos de años anteriores en 21k. Llegando a Avenida Matta le digo a Alex mi intención de cuidarme en esa recta, porque tiene una pendiente pequeña que según mi impresión podría ser matadora. Así que así lo hicimos, mantuvimos el ritmo (¿creo?), pero ya no conversamos tanto.

En Avenida Vicuña Mackenna, kilómetro 9, veo a mi hermano que viajó de Concepción a hacerme compañía. Lo saludo rápido y sigo feliz. Llegando al Estadio Nacional veo el primer punto de control de cronometraje, tomo agua en el punto de hidratación, pierdo a Alex por unos segundos, pero nos juntamos y seguimos para ponerle empeño en esa subida. En Antonio Varas está Susana, de mi oficina, a quien saludo y agradezco el… ¡golpe de energía! Continuamos por Antonio Varas y en la esquina de Pocuro vemos a cuatro compañeros del club (Lucy, Ruth, Angelica y Elías) que yo no sabía que estarían ahí. Corrimos algunos metros juntos, los saludamos y les dimos nuestras impresiones, ¡yo iba feliz! Llegamos a los Leones, kilómetro 15 y fue el punto de hidratación más motivado de la ruta, donde a coro gritaban alternándose: “¡agua… gatorade!”, haciendo esos gritos de barra como con plumeros cuando uno iba al colegio (en mi caso, más de 10 años atrás). Me motivo mucho y nuevamente pierdo a Alex unos segundos, pero ya veo que viene un poco más atrás. Quiero esperarlo, pero viene mucha gente y me siento bien para seguir con mi plan de carrera (La ideas es apurar el paso en la bajada). Así que sigo y lo pierdo definitivamente.

Voy cruzando Avenida Irarrázaval y pienso que voy muy rápido. Veo mi reloj y efectivamente voy rápido. Me siento bien, no voy exigida, tengo piernas y tengo pulmones para gritar y responder un “gracias” o un “¡vamos!” a todo el que me da ánimo en el camino, así que continúo corriendo por sensación.

Llego a Américo Vespucio y bajo el ritmo, aunque mantengo el esfuerzo. En Plaza Egaña nuevamente está mi hermano, que se vino en metro desde el kilómetro 9 y me acompaña corriendo hasta el Metro Escuela Militar. En Simón Bolívar vemos a Eduardo, un ex colega de trabajo en bici, quien también está muy comprometido con la Fundación Abrazo Fraterno. Pienso en los niños de la institución, lo saludo, me saca una foto, me acompaña unos metros y después me despido.  Así que finalmente Vespucio se me hace más corto. Unas cuadras más allá una mujer desconocida ve mi nombre, me mira a los ojos y empuñando la mano me grita: “¡Dale Carla, te pa-sas-te!” Yo sonrío, le agradezco con fuerza y sigo. Llegamos con mi hermano hasta un poco antes de Escuela Militar y ahí está Ruth, a quien yo había pedido ayuda para acompañarme esos últimos kilómetros hasta la meta. Mi hermano me deja en buenas manos, se despide de nosotras y nos dice que nos espera nuevamente en el kilómetro 36. Cruzamos Apoquindo, ya con Ruth, y veo a Romi (¡maratonista con experiencia!) con su hijo Mati de 2 meses y sus suegros, ¡otra amiga en la ruta que me llena de energía! La subida no para, pero mi sensación es que Vespucio ya lo superé y esta ruta la hice antes, así que mantengo la confianza y seguimos.

En Francisco de Aguirre doblamos  a la derecha y ahí continúo hasta el fin de la calle, donde se encuentra Rodrigo de la oficina con su hija, los saludo, les sonrío y le choco la mano. En esta parte del camino hay mucho público, muchos niños, escucho a alguien gritar “ya vencieron el muro, ahora es pura bajada”. Parecía sonar cierto, sin embargo para mí la cantidad de kilómetros por completar eran todo un desafío, aunque fueran bajada, así que no me relajo.

Muy agradecida y acompañada

Mantengo la concentración esperando el próximo punto de hidratación, así llegamos al Parque Bicentenario. Ruth se mantiene un poco delante mío dándome ese empuje necesario, pero respetando mi ritmo. Me había sentido muy cómoda todo el camino, no obstante empiezo a sentir el cansancio en los muslos. Llegamos a la Embajada de Estados Unidos y ahí está Alvaro en bici, se suma nuevamente mi hermano Edgardo a correr con nosotras. Veo también a Paz de la oficina parada en el camino por el lado derecho, nuevamente sonrío, saludo y agradezco. Estoy pendiente de mirar al lado izquierdo donde se suponía estaría mi amiga Bárbara en bici, aunque no la veo me enfoco y continúo. De pronto  y sorpresivamente aparece el pololo de Bárbara, Felipe, al lado mío como si nada y se suma al trote. ¡Más energía! Me explica que ella estaría en Metro Salvador porque tuvo problemas con la bici, pero seguimos. ¡Ya a esta altura me siento lo máximo! Muy agradecida y acompañada de cuatro hermosas personas que lo único que quieren es que yo llegue a la meta. Seguimos avanzando, es una ruta conocida y de bajada, pero voy cansada y en el camino se ve a muchos corredores acalambrados estirando sus piernas o ya en el suelo acostados tratando de recuperarse. Sé que no puedo confiarme, traigo un súper buen ritmo así que solo lo mantengo. Paso por Salvador, ¡se suma la Barby! Nos abrazamos como podemos sin parar de correr. En Plaza Italia está mi prima Amanda y mi tía, las saludo con alegría y muy contenta porque ya no queda nada. Ruth se encuentra con una amiga en ruta, también debutante como yo, también necesita ánimo como yo, así que se queda con ella. Mi hermano se despide después de haberme acompañado desde el Costanera Center y también Bárbara. Continúo con Felipe y Alvaro que van en bici. Veo el cerro Santa Lucía, sé que estamos cerca, pero aún queda el último esfuerzo. Mis piernas están cansadas, no así mi mente y mi corazón. Reaparece la sonrisa que había perdido en la bajada de Andrés Bello y sigo adelante. Diviso a lo lejos el pasillo humano que forma el público, empiezo a avanzar por él y son muchos los gritos de la gente. Le digo a Felipe que nos vemos después de la meta, pero no sé si me escucha entre tanto grito. Algunas voces sobresalen entre la gente y son conocidas: Jovi, Enrique, Carla, Rodrigo y la amiga de mi amiga que también corre. Siempre la veo, pero nunca recuerdo su nombre.

En eso ya veo el arco de llegada, apuro los últimos metros y ya tengo el pie sobre la línea de meta. Paro mi reloj, levanto los brazos, cierro los ojos con mi cabeza mirando al cielo, mis ojos se humedecen, comienzo a avanzar y veo a la gente de la Fundación Abrazo Fraterno con sus plumeros esperándome en la meta y les digo: “¡Lo logramos!”

                                  
Estoy feliz y orgullosa con este logro desbloqueado, ¡soy Maratonista! Y no podría haber sido una mejor experiencia como la que les acabo de contar. Cada kilómetro recorrido tuvo un sentido adicional de ayuda a la fundación y me siento muy querida con todo el apoyo que recibí de forma presencial y a distancia. Gracias por tanto.

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